lunes, 10 de noviembre de 2008

Una meditación

Me asusta esta quietud. Miro a lo alto
y observo rocas rojas entre higueras,
ardientes tras la tarde de verano.
Hay helechos ya ocres entre los viejos robles.
Huele a fruta madura.
Caídos en el suelo, sus carozos ofrecen
un olor penetrante. A lo lejos, los pájaros
lanzan cantos muy breves.
Estoy a la espera; escucho.
Y me siento feliz. No sabría explicarlo.
Será por el recuerdo de alguna escena análoga
-de infancia a buen seguro-.
Será que la ciudad, recién abandonada,
se hacía insoportable en esta hora.
O será, acaso, el gesto elemental
por un paisaje próximo
donde es fácil sentir
la apariencia de un orden,
la sencilla armonía de lo vivo y lo ausente,
la verdad, la belleza
de la luz que se gasta.
Un lugar donde, a solas,
ser, simplemente, hombre.

Álvaro Valverde. A debida distancia (1993).

2 comentarios:

Hisae dijo...

En este muro blanco, iluminado por el sol de media tarde,
hay un juego de luces y sombras.
Apenas unos tallos de geranio cuelgan de su maceta,
pero parece que la sombra que proyecta es enorme.
Estás equivocado.
El gran árbol, que tus ojos no alcanzan a ver más que el tronco,
es el que produce el efecto con sus ramas.
Debajo, invita a descansar un banco.
Y a su lado, los rosales ya despuntan capullos.
Deseas salir y sentarte.
Ojear un libro. Escribir tus versos.
El sol de media tarde ya no calienta tanto.
Las sombras siguen curiosas, juguetonas. No paran de cambiar de formas.
Es la brisa quien las mueve.

Carlos Castedo dijo...

Sencillo y delicado poema, Mario. La Generación del 99 debe incluirte en sus antologías.
Un abrazo.