martes, 28 de junio de 2011

[Oh, náyade, nereida, ninfa, sirena, tía]

Oh, náyade, nereida, ninfa, sirena, tía
buena reproducida
todo color tamaño
casi natural muslos
apetitosos anunciando
un producto, pongamos,
anticongelante, verbi gratia
gratia plena de ganas de comerte
poseerte en pleno escaparate

lo malo es que sabemos que nuestro atrevimiento
lo pagaría el seguro
y mucho peor saber que nuestro muerdo
no iba a encontrar una manzana viva
sino más bien sabor de cartonpiedra
y una falsa apariencia de relieve carnal
en la litografía
y acabamos comprando cualquier cosa
en desagravio, buenas tardes,
por nuestros malos pensamientos.

Aníbal Núñez. Fábulas domésticas (1972).

sábado, 18 de junio de 2011

[Una a una desmonté las piezas de tu alma]

Una a una desmonté las piezas de tu alma.
Vi cómo era por dentro:
sus suaves coyunturas,
la resistencia esbelta de tus trazos.
Te aprendí palmo a palmo.
Pero perdí el secreto
de componerte.
Sé de tu alma menos que tú misma,
y el juguete difícil
es ya insoluble enigma.

Gerardo Diego. Soria (1948).

jueves, 16 de junio de 2011

A las ruinas de Nueva York

Estos, Fabio, ¡ay dolor!, etc.

Esta, niños, ciudad que veis ahora
a los vientos errantes ofrecida,
con blanca furia y llama dirigida
de otros tiempos cruel gobernadora,

rindió por fin su lanza retador
y hoy yace en rota piedra convenida,
Nueva York, en el siglo conocida
por puta mucho más que por señora:

Aquí Broadway lució su rica empresa,
la Bolsa dilató su griterío
y la virtud murió golpeada y presa.

Este desierto páramo sombrío
a guardar no alcanzó reliquia ilesa,
sino la sangre, enorme como un río.

Nicolás Guillén. La rueda dentada (1972).

lunes, 13 de junio de 2011

He ahí

No te imagino heroica
Tampoco en vano

Déjame al ir
Velarte
Sin dar tu nombre

Virtud de no estar nunca
Lo suficiente

En cualquier parte

José Miguel Ullán. Razón de nadie (1994).

lunes, 6 de junio de 2011

[Cuando me paro a contemplar mi estado]

Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por donde he venido,
me espanto de que un hombre tan perdido
a conocer su error haya llegado.

Cuando miro los años que he pasado,
la divina razón puesta en olvido,
conozco que piedad del cielo ha sido
no haberme en tanto mal precipitado.

Entré por laberinto más extraño,
fiando al leve hilo de mi vida
el tarde conocido desengaño;

más de tu luz mi escuridad vencida,
el monstruo muerto de mi ciego engaño,
vuelve a la patria, la razón perdida.

Lope de Vega. Rimas sacras (1614).