jueves, 7 de agosto de 2014

Los animales con peste

En los montes, los valles y collados,
de animales poblados,
se introdujo la peste de tal modo,
que en un momento lo inficiona todo.
Allí, donde su corte el León tenía,
mirando cada día
las cacerías, luchas y carreras
de mansos brutos y de bestias fieras,
se veían los campos ya cubiertos
de enfermos miserables y de muertos.
«Mis amados hermanos»,
exclamó el triste Rey, «mis cortesanos,
ya veis que el justo cielo nos obliga
a implorar su piedad, pues nos castiga
con tan horrenda plaga;
tal vez se aplacará con que se le haga
sacrificio de aquel más delincuente,
y muera el pecador, no el inocente.
Confiese todo el mundo su pecado.
Yo cruel, sanguinario, he devorado
inocentes corderos,
ya vacas, ya terneros,
y he sido, a fuerza de delito tanto,
de la selva terror, del bosque espanto».
«Señor», dijo la Zorra, «en todo eso
no se halla más exceso
que el de vuestra bondad, pues que se digna
de teñir en la sangre ruin, indigna,
de los viles cornudos animales
los sacros dientes y las uñas reales».
Trató la corte al Rey de escrupuloso.
Allí del Tigre, de la Onza y Oso
se oyeron confesiones
de robos y de muertes a millones;
mas entre la grandeza, sin lisonja,
pasaron por escrúpulos de monja.
El Asno, sin embargo, muy confuso,
prorrumpió: «Yo me acuso
que al pasar por un trigo este verano,
yo hambriento y él lozano,
sin guarda ni testigo,
caí en la tentación: comí del trigo».
«¡Del trigo! ¡y un Jumento!»
gritó la Zorra, «¡horrible atrevimiento!».
Los cortesanos claman: «Este, éste
irrita al cielo, que nos da la peste».
Pronuncia el Rey de muerte la sentencia,
y ejecutóla el Lobo a su presencia.

Te juzgarán virtuoso
si eres, aunque perverso, poderoso;
y aunque bueno, por malo detestable
cuando te miran pobre y miserable.
Esto hallará en la corte quien la vea,
y aun en el mundo todo. ¡Pobre Astrea!

Félix M. Samaniego. Fábula III. Libro tercero. Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Vascongado. Tomo I (1781).

lunes, 4 de agosto de 2014

El ricote erudito

Hubo un rico en Madrid (y aún dicen que era
más necio que rico),
cuya casa magnífica adornaban
muebles exquisitos.
"¡Lástima que en vivienda tan preciosa",
le dijo un amigo,
"falte una librería!, bello adorno
útil y precioso".
"Cierto", responde el otro. "¡Que esa idea
no se me haya ocurrido!...
A tiempo estamos. El salón del Norte
a este fin destino.
Que venga el ebanista y haga estantes
capaces, pulidos,
a toda costa. Luego trataremos
de comprar los libros.
Ya tenemos estantes. Pues ahora",
el buen hombre dijo,
"¡echarme yo a buscar doce mil tomos!
¡No es mal ejercicio!
Perderé la chaveta, saldrán caros,
y es obra de un siglo...,
Pero ¿no era mejor ponerlos todos
de cartón fingidos?
Ya se ve. ¿Por qué no? Para estos casos
tengo un pintorcillo.
Que escriba buenos rótulos, e imite
pasta y pergamino.
Manos a la labor". Libros curiosos
modernos y antiguos,
mandó pintar, y a más de los impresos,
varios manuscritos.
El bendito señor repasó tanto
sus tomos postizos,
que, aprendiendo los rótulos de muchos,
se creyó erudito.
¿Pues qué más quieren los que sólo estudian
títulos de libros,
si con fingirlos de cartón pintado
les sirven lo mismo?

Tomás de Iriarte. Fábulas literarias (1782).