sábado, 28 de febrero de 2009

Delirio del incrédulo

Bajo la flor, la rama
sobre la flor, la estrella
bajo la estrella, el viento.
¿Y más allá? Más allá ¿no recuerdas?, sólo la nada
la nada, óyelo bien, mi alma
duérmete, aduérmete en la nada
si pudiera, pero hundirme.

Ceniza de aquel fuego, oquedad,
agua espesa y amarga
el llanto hecho sudor
la sangre que en su huida se lleva la palabra
y la carga vacía de un corazón sin marcha.
De verdad ¿es que no hay nada? Hay la nada
y que no lo recuerdes. Era tu gloria.

Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha
en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma dentro
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.
Mas no puedo. Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo no puedo buscar nada
no llego hasta la Nada.

Roma, enero de 1950. Hotel d'Inghilterra.

María Zambrano.

viernes, 27 de febrero de 2009

Canción víbora

Ten paciencia conmigo.

Porque a veces el mundo,
la víbora del tiempo y del pasado,
cabe entre dos palabras.

Si la piel se hace noche,
si vuelven las cenizas a los labios,
cabe entre dos palabras.

De verdad, yo lo sé,
una estrella apagada que cruza el universo
con su puñal frío.

Y repta por la vida,
por caminos sin nadie, por ciudades,
con su puñal de olvido.

A través del amor,
incluso por encima de la felicidad,
cabe entre dos palabras.

La víbora del miedo,
la víbora del miedo derrotado,
mi calor y su frío.

Y se queda en el pecho,
anidada en la sombra, hasta el amanecer.
Ten paciencia conmigo.

Porque el mundo es así, y vengo herido,
ten paciencia conmigo.

Luis García Montero. Completamente viernes (1998).

jueves, 26 de febrero de 2009

Saber sin estudiar

Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
"Arte diabólica es",
dijo, torciendo el mostacho,
"que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho".

Nicolás Fernández de Moratín.

domingo, 22 de febrero de 2009

XCVII (Retrato)

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Antonio Machado. Campos de Castilla (1912).

Hoy hace setenta años que murió el maestro exiliado en Collioure.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Me estás vedada tú...

¿Imaginas acaso la amargura
que hay en no convivir
los episodios de tu vida pura?

Me está vedado conseguir que el viento
y la llovizna sean comedidos
con tu pelo castaño.

Me está vedado oir en los latidos
de tu paciente corazón (sagrario
de dolor y clemencia),
la fórmula escondida
de mi propia existencia.

Me está vedado, cuando te fatigas
y se fatiga hasta tu mismo traje,
tomarte en brazos, como quien levanta
a su propia ilusión incorruptible
hecha fantasma que renuncia al viaje.

Despertarás una mañana gris
y verás, en la luna de tu armario,
desdibujarse un puño
esquelético, y ante el funerario
aviso, gritarás las cinco letras
de mi nombre, con voz pávida y floja
¡y yo me hallaré ausente
de tu final congoja!

¿Imaginas acaso
mi amargura impotente?
Me estás vedadá tú... Soy un fracaso
de confesor y médico que siente
perder a lo mejor de sus enfermas
y a su más efusiva penitente.

Ramón López Velarde. La sangre devota (1916).

martes, 17 de febrero de 2009

Mundo de piedra

Se asomó a aquellas aguas
de piedra.
Se vio inmovilizado,
hecho piedra. Se vio
rodeado de aquéllos
que fueron carne suya,
que ya eran piedra yerta.
Fue como si las horas,
ya piedra, aún recordaran
un estremecimiento.

La piedra no sonaba.
Nunca más sonaría.
No podía siquiera
recordar los sonidos,
acariciar, guardar,
consolar...

Se asomó al borde mudo
de aquel mundo de piedra.
Movió sus manos y gritó su espanto,
y aquel sueño de piedra
no palpitó. La voz
no resonó en aquel
relámpago de piedra.

Fue imposible acercarse
a la espuma de piedra,
a los cuerpos de piedra
helada. Fue imposible
darles calor y amor.

Reflejado en la piedra
rozó con sus pestañas
aquellos otros cuerpos.
Con sus pestañas, lo único
vivo entre tanta muerte,
rozó el mundo de piedra.
El prodigio debía
realizarse. La vida
estallaría ahora,
libertaría seres,
aguas, nubes, de piedra.

Esperó, como un árbol
su primavera, como
un corazón su amor.

Allí sigue esperando.

José Hierro. Libro de las alucinaciones (1964).

domingo, 15 de febrero de 2009

Bolero

Para que lo pisaras
dejé mi corazón
temblando en el asfalto
oscuro de tu calle.

Para que tú aplastaras
su inútil sobresalto
al encontrarte,
dejé mi corazón
como perro aguardándote.
Mas pasaste de largo.

Desde aquel día pagas tu desdén
escuchando ladrar en tu ventana
al perro en cuyas fauces
rindió mi corazón su atrevimiento.

José Gutiérrez. De la renuncia (1989).

sábado, 7 de febrero de 2009

Los de lo oculto

Para que las palabras no basten es preciso alguna muerte en el corazón.

La luz del lenguaje me cubre como una música, imagen mordida por los perros del desconsuelo, y el invierno sube por mí como la enamorada del muro.

Cuando espero dejar de esperar, sucede tu caída dentro de mí. Ya no soy más que un adentro.

Alejandra Pizarnik. El infierno musical (1971).

lunes, 2 de febrero de 2009

Huckleberry Finn

Un día me escapé de nuestro piso,
me estuvieron buscando mil ventanas.
Sé que ha pasado el tiempo:
llegarán a decirme que nadie inventó el mar.
Y qué importa, si tienes
un instante después de cada instante
y hay mil ventanas rotas,
un universo desproporcionado,
un mar sin inventar.

Lorenzo Plana. Ancla (1995).