domingo, 30 de noviembre de 2008

Primera salida de Don Quijote

Lunático en su luna, vagamundo hechizado,
absorto en sus quimeras de endriagos y amadises,
su estampa reflejada, ojival, en los charcos,
en un rocín al trote, va el caballero triste.

Quijote en su impostura, Quijano alucinado,
mohosa la armadura, indigno el morrión simple,
anda en busca de lances de corte sobrehumano:
leones y molinos, gigantes y merlines.

Qué frágil caballero, ¿verdad?, con su vesania
nacida del veneno verbal de las ficciones,
perdido en sus delirios de magia y de poder.

Qué destino tan alto, y qué muerte tan mala.
Qué ilustre marioneta de los encantadores,
lanzado a los peligros del campo de Montiel.

Felipe Benítez Reyes. Inédito (2005).

sábado, 29 de noviembre de 2008

[Todos estos días me levanto cansado]

Todos estos días me levanto cansado
como consecuencia de este tiempo juntos
malhumorado y sin afeitar salgo a la calle
y me encuentro con la mujer de muchos
en ella veo tus ojos en otras cuencas
en todas tu caminar, el menear de tus cabellos
tú, la que no fuiste, te pareces a todas.

Daniel Pradilla. 10 Francos Belgas (2001).

viernes, 28 de noviembre de 2008

[Bésame como me besaste anoche]

Bésame como me besaste anoche,
dulce, apretada, con besos de loca
fuerza o volcán o lo que que más provoca;
mudos son mis quejidos en la noche:
Ágil me tienes en seguir tu coche
que de un confín a otro término toca
soles y estrellas. Como cualquier boca
en el tálamo virgen, noche a noche,
déjame muerta de amor o de azoros.
Cuando me vieres yacer en tus coros
de ángeles, muda de espanto o herida,
vierte otra vez en mi cáliz tu vino.
Tengo los pies fríos de ir en el camino;
¿Fría quedaré o enferma o muy perdida?

Juan Carlos Ramiro Quiroga. 2001.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Ve, regresa

Para hacer bolillos de lodo esta mañana
me basta no tener que hacerlo muy de prisa
no hay manchas de las que
colgar tanto abandono.

Para ser puente que nadie cruzaría
sin mis piernas
sólo me basta seguir el sendero
que los otros eligieron para mí
en sus sueños.

Ve, regresa a tu silencio como de
una batalla que ganaste, dormido.

José Alejandro Peña. Mañana, el Paraíso (2000).

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Epigrama

Dijiste algo y entendí mal.
Los dos reímos:
yo de lo que entendí,
vos de que yo festejara
semejante cosa que habías dicho.
Como en la infancia,
fuimos felices por error.

Laura Wittner. Las últimas mudanzas (1999).

martes, 25 de noviembre de 2008

Foto en el periódico

Una ciudad en escombros,
tres o cuatro viejos convencidos
por fin de partir.

Y atrás un perro
que, una vez pasado el peligro,
olfateando entre el metal retorcido
y las paredes convertidas en aire,
regresa a buscar
su pote de alimento,
su alfombra al pie de cama,
su mano en la cabeza.

Luis Chaves. Historia Polaroid (2000).

lunes, 24 de noviembre de 2008

La noche te derriba para que yo te busque
como un loco en la sombra, en el suelo, en la muerte.
Arde mi corazón como pájaro solo.
Tu ausencia me destruye, la vida se ha cerrado.

Qué soledad, qué oscuro, qué luna seca arriba,
qué lejanos viajeros por ignorados cuerpos
preguntan por tu sangre, tus besos, tu latido,
tu inesperada ausencia en la noche creciente.

No te aprietan mis manos y mis ojos te ignoran.
Mis palabras buscándote, en pie, inútilmente.
La quieta noche en mí, horizontal y larga
tendida como un río con las riberas solas.

Pero voy en tu busca, te arranco, te descuajo
de la sombra, del sueño; te clavo en mi recuerdo.
El silencio edifica tu verdad inexpresable.
El mundo se ha cerrado. Conmigo permaneces.

José Luis Hidalgo. Raíz (1944).

domingo, 23 de noviembre de 2008

Ya no tienes veinte años...

Ya no tienes veinte años. Ya no tienes
treinta. Se han ido. Su ceniza empieza
a rebajar el oro en tu cabeza,
a marchitarte párpados y sienes.

Bien pronto a la armoniosa ligereza
de la línea, en garganta, mano y pecho,
la áspera edad, en codicioso acecho,
hará perder la juvenil firmeza.

Pero al gastar así lo que fue un día
cebo de mis sentidos, alegría
de mis abrazos, pasto de mis besos,

te hace más mía el tiempo, y transfigura
nuestro querer en río de ternura
que corre por la caña de mis huesos.

París, 15 de diciembre de 1942.

José María Quiroga Pla. Morir al día. Sonetos (1938-1945) [1946]

sábado, 22 de noviembre de 2008

Dios desde el presentimiento

Dios: no sé nada de ti, yo no sé nada.
Sólo sé que aquí estoy, como está el árbol,
más lejos del saber que del aliento,
o como el ave que perdió las alas
en noches de misterios y cellisca.
Sólo sé que soy mármol crepitante,
luciérnaga apagada, vaso informe,
raíz en lo telúrico precisa
y en los vientos incógnita inefable.

Dios: soy aire, a lo máximo, sin duda,
canción sin terminar, niño que empieza,
luna que se detuvo en el creciente,
como la mueca del pincel oscuro
cuando hizo nupcia el sol con el paisaje.
¿Cómo quieres, entonces, que te sepa,
que indague tus entrañas, como un sabio
busca el conocimiento de las cosas?

Debes estar en mí pues que no entiendo
tu manera de ser; debo tenerte...
¡Y es que el barro resulta tan pequeño
para albergar un pensamiento solo...!
Por dentro de la piel, por cada vena,
quisiera adivinar tu Ser recóndito
como un aliento practicado a oscuras.

Debes cantar en mí... Tu voz crepita
-farol enguirnaldado- en cada huella.
Por encima de mi incógnita en el aire.
Tú hablas por mí cuando la carne llama
y hemos de dar al viento la respuesta;
sí, tu voz se me llega a los oídos
como una voz de antiguo conocida.

Tú obras por mí: mis manos son las tuyas,
mis pies los tuyos, también tuya mi espalda.
En cada dedo nuestro hay una alondra
soñadora de cielos sin adobes.

Pero te ignoro, Dios, yo no sé nada
de tu Ser en sazón sobre mi vida.
No sé por qué, mas sin embargo existo
como una sombra en medio de la noche.
Yo soy yo para mí, y yo no sé nada
de cuanto guardo en cada aliento mínimo.

Dios: no sé nada de Ti, yo no sé nada.

¿Yo estoy en ciernes, Dios, y Tú, maduro?

Gabino Alejandro Carriedo. La sal de Dios (1948).

viernes, 21 de noviembre de 2008

[Sobreviviré a mi muerte, oh veladora]

Sobreviviré a mi muerte, oh veladora
Pálida joven y que tu voz perviva
A través de las sombras, siempreviva
Humana estela mía salvadora

Un nombre solo queda entre la aurora,
Broche o flor que requiere sensitiva
La guirnalda o la frente pensativa
De una vida fugaz lamentadora.

Si los muertos se salvan en los brazos
De seres que suspiran compasivos
Sus nombres en silencio, oh compañera

Que quisiste salvarme con abrazos,
Ampárame tu voz entre los vivos,
Estela de mi muerte y no bandera.

Bernardo Clariana. Ardiente desnacer. Testimonio poético (1943).

jueves, 20 de noviembre de 2008

Oda a las muchachas

Dejad castas muchachas las puertas encendidas
que las olas de un pájaro lleguen del infinito
prorrumpir suavemente con cantos y con besos
y acercaos al hombre que os espera dormido

Ya hace tiempo que oigo vuestros dichosos pasos
No sé si acaso sólo serán mis pensamientos
Sin embargo os espero sin duda de que sean
esos pasos un día seguros y ligeros

¡Estáis cerca! Distingo vuestra espuma en la noche
Si bien la luna es clara no son menos las sombras
de vuestros cuerpos blancos antes de que la luna
fuera blanca en la noche como lo sois vosotras

¡Venid! ¡Dejad las puertas abiertas y los brazos!
¡Usad los labios mientras con casos de esperanza!
Venid y usad los labios con besos mientras se oye
el eco de esos labios que besan o que cantan

Muchachas de mi vida aprovechad mi vida
Venid antes que sea tarde para esperaros
Antes de que la ola de los pájaros muera
antes de que se apaguen mis puertas y mis labios

Carlos Edmundo de Ory. (1946).

miércoles, 19 de noviembre de 2008

[La herida del olvido ya olvidada]

La herida del olvido ya olvidada
puede darse, ay de mí, por revivida
si un día no esperado, descuidada
la vida es nos servida de otra herida.

La vida del olvido que dormida,
quedada a nuestro lado acomodada,
de súbito de una nada es sacudida,
más vivida, en más alta llamarada.

¡Oh vida, vida olvido, mudo olvido,
oh idílico descuido de lo amado,
oh nido dolorido de la vida,

que bástale al cuitado un cual tañido
oído de no sé qué campanada
y todo duelo queda renovado!

Eduardo Chicharro. La plurilingüe lengua (1945-1947).

martes, 18 de noviembre de 2008

Nombre y olvido

Lo que nadie recuerda ¿ha muerto? Acaso vive
recogido en sí mismo la vida más perfecta.
Fuera del tiempo lo llevó el olvido.
Ayer, hoy ni mañana huellan su ser y, eterno,
vive en fiel estación de melancolía.

Un hombre a veces, como rama de olivo
en el pico cruel del pájaro del tiempo,
sobre las quietas ondas es salvado.
Un soplo testimonia al huir de los labios
que la rosa y el hombre vivieron otros días.

Luego el hombre se olvida y la tierra recoge
la tierra, el aire vuelve al seno del espacio,
la fuente vierte, pura, su concha en el océano,
y la palabra, como perla silenciosa,
se duerme para siempre en fondo del mar.

Amaneceres, mediodías, tardes,
noches amaneceres, mediodías,
la ronda plateada,
la rueda inexorable, la distancia,
ayer y hoy confunden sin sentido.

Ocio es lo futuro. El corazón tan torpe
en lo que aún no existe se desborda y espera.
Pero lo que ha vivido es lo único que vive.
Recogido en sí mismo se besa en su solsticio.

Ricardo Molina. Elegía de Medina Azahara (1957).

lunes, 17 de noviembre de 2008

Poema de la gente importante

Cuando vinieron los ingenieros al cortijo eran gente importante.
Cuando nos citaron porque venía el inspector, eran gente importante.
Cuando el ministro, negra curiana, vino con sus lentes de oro, eran gente importante.
Cuando el periódico en grandes letras anunció que el Jefe del Estado venía,
eran gente importante.
Nos afeitábamos, nos lavábamos y usábamos de los trajes oscuros.
Lo mismo que en la misa que el obispo ofició.
Sí. Nos vestíamos con el más oscuro de nuestros trajes,
usábamos de la colonia y de los "Chéster" y éramos gente importante.

Pero cuando queríamos vivir, nos desnudábamos e íbamos al río,
nos poníamos los pantalones rotos y la camisa vieja
e íbamos a los pinos, gateando entre las rocas.
Cuando queríamos vivir, con nuestro gastado pijama quedábamos en casa,
con nuestros libros, nuestro café, nuestra soledad.

Y cuando queríamos gozar, nos desnudábamos enteramente
y fundíamos nuestros besos, nuestra carne y nuestro sexo,
sin ser hombres importantes; hasta que un día
nos vestían enteramente con el más oscuro de nuestros trajes,
nos enfundaban entre madera pintada de negro,
y éramos otra vez hombres, hombres importantes,
entre una comitiva de hombres importantes.

Juan Bernier. Una voz cualquiera (1959).

domingo, 16 de noviembre de 2008

Tierra viva

Con gérmenes de vidas,
con residuos,
con fragmentos de muertes,
vivo.
He nacido de un día
en que el sol incendiaba
la clara primavera.
Con las lilas, las ramas,
con las tiernas
bestezuelas henchidas de alegría.
De un calor y de un limo.
De un varón y una hembra.
Yo, súbita alimaña de la luz.
Yo, súbito pedazo de la tierra.
(Tierra mágica, tierra interminable,
milenaria esperanza.
Tierra nueva).
Mixta yo de raíces
y de voces aéreas,
y de resurrecciones,
y de fieras, remotas,
inocencias telúricas.
Me afirmo vertical
en el aire cadente,
compacta tolvanera
de la tierra más aspera,
hoy que trae la lluvia
sus ángeles disueltos
para podar las llamas.

Yo soy del fresco mundo
recién creado, tierra.
Tierra con gozo y con orgullo.
Viva.

María Beneyto. Tierra viva (1956).

sábado, 15 de noviembre de 2008

La tristeza

Bajo la sombra incierta, la desnuda
acacia nos acoge. Tú a mi lado.
Se filtra el sol. El sol dibuja, a golpes,
símbolos vagos en tu piel morena.
Una muchacha cruza por el cielo
su líquido perfil, que tú no puedes
explicarte. (Señor, ¿el agua flota
en el aire?) Una vaca muge. Muge
-Lola tiende la ropa- a contrapunto
de la canción de Lola. Hay brisa. Corre
la dulzura del tiempo. Sí, se filtra
la universal ternura. Los lagartos,
las acacias, las piedras, la mañana
cuajada en luz en los picachos, llenos
de festones los cielos y las tierras...

Tú y yo bajo la acacia. Y, sin embargo,
ahora estoy triste, estoy triste de vida.
Estoy triste. ¿Por qué? Dientes de leche,
ojos de trigo en ti. Pero estoy triste.
No sé si sé que un día no lejano
te olvidarás de todo y a otras ínsulas
contigo a cuestas partirán tus sueños.
Este mundo tan puro
se quedará sin ti. Tú irás ganando
esta tristeza que hoy se me anticipa,
la oscuridad del alma, la industriosa
voluntad de la hormiga, los venenos
mortales: el sombrero, la carrera,
la ciudad, las mujeres... ¡tantas cosas!
Ha de ser así todo. Es necesario
que sea así. Es preciso que yo sepa
que debe ser así, en esta mañana
tan abierta de luz
que el alma se lastima,
tan misericordiosa
que los ojos se cierran, lentos, íntimos
mientras vuelve a cantar Lola, y emigra
la líquida muchacha por el cielo,
y tú, absorto y turbado, piensas cómo
podrá flotar el agua así, en el aire.

José Luis Prado Nogueira. Oratorio del Guadarrama (1956).

viernes, 14 de noviembre de 2008

Verano cero

Where is the summer, the unimaginable
zero summer?

Tras la lluvia de arena
una luz de cristal describe el cielo
sobre el jardín vacío,

como una hoja arrastrada
en otras palabras de otro otoño.

Otras palabras de un verano
cerrado a la esperanza.

Otras palabras que no son ni fueron.

Otras palabras que te dicen
que todo comienza
con las ruinas.

Fruela Fernández. Círculos (2001).

jueves, 13 de noviembre de 2008

Introducción a la noche

I

Con la honda mirada
un día contemplaste
tu honda pasión de ser
en vida perdurable.

Hoy contemplas acaso
con mirada más grave
el parpadeo puro
de la noche sin márgenes;

el sollozo inoíble
de un arroyo alejándose
en la sombra; la mole
de la noche indudable.

II

Y sin embargo, eres.
Y sin embargo naces
como las hierbas verdes
y los nudosos árboles.

Compruebas con delicia
que existen matorrales,
y tus manos apresan
piedras de aristas grandes.

Saltas sobre los ríos,
subes desde los valles,
cantas desde las cumbres:
vives, existes, ardes.

Contemplas la llanura
crepuscular; renaces
como los campos vivos
que en la aurora son arces.

cañadas y caminos,
prados, riberas, cauces
de amor, donde quisieras
vivirte y olvidarte.

III

Y aquí estás. Aquí pones
tus dos manos tenaces.
Te agarras a las cosas:
maderas, piedras, carnes.

Te aferras a la vida
como el río a su cauce,
cual la raíz de un hondo
vegetal insaciable.

Carlos Bousoño. Noche del sentido (1957).

miércoles, 12 de noviembre de 2008

[VII]

Ya todo estaba en orden. Cada sueño
en su exacto lugar. Cada quimera
en su blanco tibor de porcelana.
Puestos en fila india los minutos,
con sus número al hombro los instantes,
limpias de niebla las escalinatas.
Y tu ojera en la tarde. Y las canciones
durmiendo su espiral en los gramófonos.
E inventariadas las melancolías.
Y en un remoto embalse las nostalgias.
Y cuando reposaba en equilibrio
a la sombra mental de mis basaltos,
un recuerdo moviéndose en voz baja
objetivó mis líquidas ausencias
en un precipitado de cristales.

24 de junio de 1942.

Pedro García Cabrera. Hombros de ausencia 1942-1944 (1987).

martes, 11 de noviembre de 2008

[No quiero que derrames tu lamento]

No quiero que derrames tu lamento
mientras haya una lengua encarcelada,
si no tienes una mano derrotada
porque llueve en tu sangre fuego lento.

¡Que tus llantos naveguen sin acento
naufragando en la arena atormentada
para ser muro firme en la hondonada
donde crece esa herida que yo siento!

Caluroso a la nieve des tu mano,
al alto tronco cuyas ramas quiebran
cuando florece tu temor en vano.

¡Que tus brazos derrumben mordeduras
mientras hilos de luz juntos enhebran
amargos dedos por batallas duras!

Adolfo Sánchez Vázquez. El pulso ardiendo (1942).

lunes, 10 de noviembre de 2008

Una meditación

Me asusta esta quietud. Miro a lo alto
y observo rocas rojas entre higueras,
ardientes tras la tarde de verano.
Hay helechos ya ocres entre los viejos robles.
Huele a fruta madura.
Caídos en el suelo, sus carozos ofrecen
un olor penetrante. A lo lejos, los pájaros
lanzan cantos muy breves.
Estoy a la espera; escucho.
Y me siento feliz. No sabría explicarlo.
Será por el recuerdo de alguna escena análoga
-de infancia a buen seguro-.
Será que la ciudad, recién abandonada,
se hacía insoportable en esta hora.
O será, acaso, el gesto elemental
por un paisaje próximo
donde es fácil sentir
la apariencia de un orden,
la sencilla armonía de lo vivo y lo ausente,
la verdad, la belleza
de la luz que se gasta.
Un lugar donde, a solas,
ser, simplemente, hombre.

Álvaro Valverde. A debida distancia (1993).

domingo, 9 de noviembre de 2008

Recuerdo de una tarde de verano

Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje
rozando por la yema de los dedos,
son el mejor recuerdo de unos días
conocidos sin prisa, sin hacerse notar,
igual que amigos íntimos.

Fue la tarde anterior a la tormenta,
con truenos en el cielo.
Tú apareciste en el jardín, secreta,
vestida de otro tiempo,
con una extravagante manera de quererme,
jugando a ser el viento de un armario,
la luz en seda negra
y medias de cristal,
tan abrazadas
a tus muslos con fuerza,
con esa oscura fuerza que tuvieron
sus dueños en la vida.

Bajo el color confuso de las flores salvajes,
inesperadamente me ofrecías
tu memoria de labios entreabiertos,
unas ropas difíciles, y el rayo
apenas vislumbrado de la carne,
como fuego lunático,
como llama de almendro donde puse
la mano sin dudarlo.
Por el jardín, el ruido de los últimos pájaros,
de las primeras gotas en los árboles.

Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje, de vello traspasado,
su resistencia elástica
vencida con el paso de los años,
vuelven a ser verdad, oleaje en el tacto,
cuando otra vez, aquí, de pensamiento,
me abandono en la dura solución de tus ingles
y dejo de escribir
para llamarte.

Luis García Montero. Diario cómplice (1987).

sábado, 8 de noviembre de 2008

El incorregible

Si volviera a vivir por estos valles,
¿volvería a caer? Me extrañaría
que no lo hiciera.
Veo en esos ojos
el mismo fuego aquel, la dulce llama
que me perdió en su día.
Veo el paso
de quien deja flotar tras de sus hombros
las alas del deseo.
Veo en blancos
muros que trepan frente al mar las rosas
latiendo ensimismadas.
Veo viñas
que las abejas pican rescatando
su miel de oro.
Veo en la azotea
las ropas como velas de un navío
que nos arrastran lejos.
Veo el monte
crepitando de sol y siento dentro
recorrerme sutil como un fluido
algo que necesita mi concurso
para integrarse entero en la armonía
que me circunda.
Nada ha cambiado.
Tierra, divinidad, delicia, tierra.
Todo está en pie, incitante, extraño, hermoso.
Volvería a caer.

Juan Gil-Albert. Obra poética completa (1981).

viernes, 7 de noviembre de 2008

Al filo de las noches

Un cuerpo que se entrega no es difícil hallarlo.
Eso eras tú, un hermoso cuerpo divino y vivo.
Una breve criatura, un racimo dorado
en tus ojos brillando entre los ríos de Agosto.

Pero es fácil que un cuerpo fulja como una gema
si con amor se mira, con verdadero amor.
Amor y no esa débil pasión que muere a un tiempo
con el último goce de los cuerpos vencidos.

Para mí la palabra, para ti la caricia;
para mí la sonrisa y el arco de tus cejas,
para mí el fruncimiento de tu labio rosado,
superior, tibio, altivo, carnal, condescendiente.

Pero el amor no muere porque nunca ha nacido
en ti, que languideces al tocar de los dedos.
Tú buscas el secreto, la dulzura, el peligro
del momento robado al filo de las noches.

La amistad para ti, o el amor, eran sólo
nombres a que invocar en las horas perdidas.

Julio Aumente. El aire que no vuelve (1955).

jueves, 6 de noviembre de 2008

Conocimiento del reino submarino

Ahora sólo soy huesos. Los peces me conocen
y atraviesan confiados las cuencas de mis ojos.
Se han disuelto mis manos en la sal y mis piernas
crecen entre raíces en las rocas y el fango.
Recuerdo vagamente mi vida y sueño a veces
que hay plantas avisales coronando mi cráneo.
Por la noche mis huesos están tristes y echan
de menos el sonido de un corazón latiendo
y el pulso de la carne
que sirvió de alimento a la fauna marina.
Es la vuelta al origen. Me resigno y me digo
que ya andarán mis ojos entre perlas y estrellas,
como siempre quisieron cuando eran sólo ojos,
ni claros ni serenos, de un hombre en un naufragio.

Javier Rodríguez Marcos. Naufragios (1995).

miércoles, 5 de noviembre de 2008

[VI]

Te has ido sin llegar. Y yo, contigo,
burlando mis aduanas verticales,
me he marchado sin irme. Lentas horas
afluyen su cristal contra mi frente.
Por ella rueda el tren que te ha traído
y organiza el paisaje caravanas
de llanuras y valles desmandados.
Me siento resonar en lejanías
que te acompañan sin abandonarme,
que no salen de mí y están muy lejos,
que, atándome a tus fugas, encadenan
la íntima evasión de mis costados.
Y en la última gruta de mí mismo,
alguien que me conoce gota a gota,
-amigo predilecto de mi sangre-
por altos logaritmos de ternura
y en sólidos baluartes ulteriores,
me vive este momento en otra parte.

Pedro García Cabrera. Hombros de ausencia, 1942-1944 (1957).

martes, 4 de noviembre de 2008

Rosario

Yo la quería mucho, pero entonces
amar y destruir sonaban parecido,
como en los más confusos poemas de Aleixandre.
Nos casamos con otros. Tal vez así perdimos
lo mejor de la vida. Quién sabe. Hubo una noche
en que ambos acordamos que pudo ser distinto
el rumbo de esta historia de culpa y cobardía.
Se quitó el pasador de su cabello oscuro
y me lo dio al marchar, y nunca volví a verla.
Murió. No lo he sabido hasta esta tarde misma,
varios años después, en su pequeño pueblo
y frente a la serena desolación del mar.
Ahora intento evocarla, pero se desvanece:
No he encontrado siquiera su pasador de rafia.

Jon Juaristi. Tiempo desapacible (1996).

lunes, 3 de noviembre de 2008

El pez de mi hija

Una pecera de 50 cms. de perímetro
y 15 cms. de diámetro
(aproximadaemnte medio litro de agua turbia),
a eso se reduce el universo
de Alfonso (el pez de mi hija).
Le echamos comida una vez al día.
Él abre la boca como lo hacen los peces,
como un mimo aprendiendo a hacer burbujas.
Lo miro con lástima,
con falsa misericordia
y le comento a Gaby: "qué pecesito tan lindo".
De noche, cuando todos duermen,
me levanto y voy a la cocina.
Alfonso permanece insomne,
me mira con firmeza
(no sólo porque le falten los párpados).
Me interroga con sus ojos inmensos
tan cóncavos como la pecera que los contiene.
Me consuela, se aflige de mí
y sigue dando vueltas distraído
sobre sí mismo.
Tal como yo.

Arturo Gutiérrez Plaza. Principio de contabilidad.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Soledad imposible

Ven.

No alcances la medida de tu sombra.
Desata tus formas del misterio.
Pues sueño contra sueño es la vida.

Y aunque desnudo sostengas tu nombre
Golpea siempre con tu nuevo canto.
Inventa tu dolor inmenso,
Inconmovible,
Como la ola en ansia ardiente
Quiere dejar el mar para ser nube.

Oh, soledad imposible. Diosa esquiva.
El hombre no teme.
Vence.

Ahí está el nuevo día
Nube engendrada en ola.
Eterna furia. Espuma y hierro.
Cuando en la tierra apagues tu sed
Agua y viento cantarán tu casto furor.

Ya la muerte no es nada
Nadie te ordena.
Nadie te desea.

Solamente tu voz de Dios te ruega
Ven.
No alcances la medida de tu sombra.

Arturo Cuadrado. Soledad imposible (1944).

sábado, 1 de noviembre de 2008

Arte poética

Más que decir palabras, quisiera dar la mano
a un niño, hundir el pecho contra la espuma viva,
y estar callado, llena la frente de océano,
bajo un pino silente, palpitando hacia arriba.

Más que decir palabras, navegar en un llano
de espigas empujadas, ondeadas, donde liba
la inmensidad su jugo de noche de verano;
y en vez de soñar nombres que el viento los escriba.

Más que juntar canciones cogidas en la infancia
quisiera mis mejillas como un nido robado,
y el sabor de mis labios húmedos de ignorancia,

y la primer delicia del que nunca ha besado:
más que decir palabras ser su propia fragancia,
y estar callado, dentro del verso, estar callado...

Leopoldo Panero. Siete poemas (1959).