domingo, 9 de noviembre de 2008

Recuerdo de una tarde de verano

Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje
rozando por la yema de los dedos,
son el mejor recuerdo de unos días
conocidos sin prisa, sin hacerse notar,
igual que amigos íntimos.

Fue la tarde anterior a la tormenta,
con truenos en el cielo.
Tú apareciste en el jardín, secreta,
vestida de otro tiempo,
con una extravagante manera de quererme,
jugando a ser el viento de un armario,
la luz en seda negra
y medias de cristal,
tan abrazadas
a tus muslos con fuerza,
con esa oscura fuerza que tuvieron
sus dueños en la vida.

Bajo el color confuso de las flores salvajes,
inesperadamente me ofrecías
tu memoria de labios entreabiertos,
unas ropas difíciles, y el rayo
apenas vislumbrado de la carne,
como fuego lunático,
como llama de almendro donde puse
la mano sin dudarlo.
Por el jardín, el ruido de los últimos pájaros,
de las primeras gotas en los árboles.

Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje, de vello traspasado,
su resistencia elástica
vencida con el paso de los años,
vuelven a ser verdad, oleaje en el tacto,
cuando otra vez, aquí, de pensamiento,
me abandono en la dura solución de tus ingles
y dejo de escribir
para llamarte.

Luis García Montero. Diario cómplice (1987).

2 comentarios:

Hisae dijo...

Es significativo como describrimos a la persona amada cuando este amor nos llena plenamente. El erotismo se convierte en belleza.

Abrazos.

Carlos Castedo dijo...

Sencillamente, mediante una evocación muy plástica, García Montero logra convertirlo en belleza. Grande el andaluz.
Un abrazo.