domingo, 26 de abril de 2009

[Perdóname por ir así buscándote]

Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor alguna vez.
Es que quiero sacar de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en lo alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces le conteste
la nueva criatura que tú eres.

Pedro Salinas. La voz a ti debida (1933).

sábado, 25 de abril de 2009

Nevermore

Ala de sombra, un cuervo -que crascita
Nunca- repite su áspero graznido
a través de mi día mal vivido
y de mi noche a solas, infinita.

En su agorera convicción imita
mi doble desaliento persuadido
de que nunca la tierra que he tenido
podrá tenerme en pie, que está proscrita.

Nunca... Pico de grajo, el pensamiento
-corvo, corvino- escarba... Lo que siento
sólo puede decirse en ese nunca

-cuervo de negra luz, empobrecida
pitanza, interminable despedida-
que tiene el nombre de mi nombre: Nunca.

Juan José Domenchina.

jueves, 23 de abril de 2009

Vieja ciudad

Tal vez aquí llegué
a través de mi noche, vadeando
ríos de afanes muertos.

O tal vez soy mi sombra y aun cantan
en la noche del tren
las irrompibles cuerdas, relámpagos atados,
de mis violines ebrios.

La sombra de esa vieja ciudad no me saluda.
Mas no he de preguntarle...
Sobre desnuda sombra he de morir naciendo
y he de ser aventura
y riesgo e no ser quien soy,
fuera de mí cambiando de figura

para ser, bajo estrellas coléricas, la rígida
sentencia de estas fuentes
heladas, y en silencio
de plaza en que se cruzan evasivas,
verme de pronto inesperado y sin sentido
para la plaza y para el plan
de un supuesto destino,

y ver mis altas nieves,
entre redondos cantos de un callejón siniestro,
puestas en breve y sorda y acabada cifra,
sin otros horizontes
que los del muro ciego.

Es duro sí, tal vez mortal, buscar de nuevo
melódica razón
o capricho frenético
desde cada ciudad al universo.

Rafael Dieste. Rojo farol amante (1936).

miércoles, 22 de abril de 2009

Ahí mismo

Te he conocido por la luz de ahora,
tan silenciosa y limpia,
al entrar en tu cuerpo, en su secreto,
en la caverna que es altar y arcilla,
y erosión.
Me modela la niebla redentora, el humo ciego
ahí, donde nada oscurece.
Qué transparencia ahí dentro,
luz de abril,
en este cáliz que es cal y granito,
mármol, sílice y agua. Ahí, en el sexo,
donde la arena niña, tan desnuda,
donde las grietas, donde los estratos,
el relieve calcáreo,
los labios crudos, tan arrasadores
como el cierzo, que antes era brisa,
ahí, en el pulso seco, en la celda del sueño,
en la hoja trémula
iluminada y traspasada a fondo
por la pureza de la amanecida.
Donde se besa a oscuras,
a ciegas, como besan los niños,
bajo la honda ternura de esta bóveda,
de esta caverna del resplandor
donde te doy mi vida.
Ahí mismo: en la oscura
inocencia.

Claudio Rodríguez. El vuelo de la celebración (1976).

martes, 21 de abril de 2009

[Esta tarde de luz te he buscado]

Esta tarde de luz te he buscado
por las sendas del parque. Ya los árboles
tenían impaciencia de su verde,
y el aire de este año, que no conoce aún el dolor de las flores,
presentía el milagro de la rosa y el nardo.

Por caminos de luz te busqué sin hallarte,
confundiendo tus pasos con mujeres o sombras,
sin saber si eras tú caminando entre árboles,
o tu recuerdo andando las sendas de mi alma.

¡Sé tampoco de ti! Apenas si tu rostro,
el sonar de tu voz, el dulzor de tu nombre.
Sé que huele tu carne a tierra removida
y que como una lluvia de luz es tu mirada.

Mas nada sé del mundo que empieza en tus pupilas,
ni el ritmo de tus venas, ni el color de tus sueños,
ni el temblor de tus labios en el beso y el llanto,
toda tú en el amor, desconocida y mía.

Solamente mis ojos pueden llegar a ti.
¡Oh que dulce tortura quererte e ignorarte!
Mi silencio se llena de tu voz, y tu ausencia
hace mi soledad más, entrañable y honda.

Y te llamo y te busco en la luz de la tarde
por las sendas del parque y dentro de mí mismo,
en el temblor y el grito del sollozo y del verso,
en esta dulce angustia de ser ya Primavera.

Ildefonso-Manuel Gil. El corazón en los labios (1947).

lunes, 20 de abril de 2009

Ven...

Cuando el sol se ponga en occidente
Vaguemos juntos por la selva umbría;
Posada en mi hombro tu adorada frente,
Soñemos nuestro amor, amada mía.

Ven. Cuando vierta su misterio el mundo
El mando de la noche tenebroso
Pensando sólo en nuestro amor profundo,
Busquemos el silencio y el reposo.

Ven. Y conmigo sube a mi barquilla;
Boguemos a buscar la soledad,
Mira qué lindo el mar, la luna brilla,
Y el cielo no presagia tempestad.

Ven, niña de mi amor, mi dulce ensueño,
Ven conmigo, no tiembles, al altar:
Allí realizaremos nuestro sueño,
Y nadie nos podrá separar.

Vicente Huidobro. Ecos del alma (1911).

domingo, 19 de abril de 2009

Mirándose en el humo

Así que el hombre ha hundido su barbilla en la mano,
y ha cerrado los ojos para ver
el humo de su vida,
tan sólo ha visto sucesión de gestos, cansados pasos,
sombras
y sombras:
allá, en un punto de su vida, algún terror,
y, más terrible aún, las alegrías ahora vanas.
Y a unas sombras que pugnan por formar de nuevo
el bulto
(son las que fueron para él más vivas
que aquella misma vida suya),
en la memoria las derriba el tiempo.

Abre los ojos, en torno a su cuarto,
y es noche oscura.
De nuevo deja la barbilla humosa
caer en el estrago de la mano.
De toda aquella vana polvareda
sólo un dolor pervive,
que rompe las cadenas, en su pecho, de una bestia de
fuego.
La vida muerde aún,
mientras la sombra de la tarde viene
para apagarle su dolor,
su vida toda.
Y un aire llega que deshace el humo.

Francisco Brines. Palabras a la oscuridad (1966).

sábado, 18 de abril de 2009

Tema II

A fuerza de quererte
me he convertido, Amor, en alma en pena.

¿Por qué, Fuensanta mía,
si mi pasión de ayer está ya muerta
y en tu rostro se anuncian los estragos
de la vejez temida que se acerca,
tu boca es una invitación al beso
como lo fue en lejanas primaveras?

Es que mi desencanto nada puede
contra mi condición de ánima en pena
si a pesar de tus párpados exangües
y las blancuras de tu faz anémica,
aún se tiñen tus labios
con el color sangriento de las fresas.

A fuerza de quererte
me he convertido, Amor, en alma en pena,
y en el candor angélico de tu alma
seré una sombra eterna...

Ramón López Velarde.

jueves, 16 de abril de 2009

Cuadrados y ángulos

Casas enfiladas, casas enfiladas,
Casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.
Las gentes ya tienen el alma cuadrada,
Ideas en fila
Y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima,
Dios mío, cuadrada.

Alfonsina Storni. El dulce daño (1918).

miércoles, 15 de abril de 2009

[En medio]

En medio
de la estación del sufrimiento
poseído por una sonrisa
das respuesta
a aquellos
que en la sombra preguntan
con la boca llena de palabras desfiguradas de Dios
martilleadas
desde el tiempo pasado de los dolores.

El amor ya no tiene puesta ninguna mortaja
rehilado el espacio
en el hilo de tu anhelo.
Los astros rebotan
desde tus ojos
a esta
materia solar suavemente carbonizada

pero sobre tu cabeza
la estrella de mar de la certidumbre
con las flechas de la resurección
reluce color rubí.

o en el original

Inmitten
der Leidensstation
besessen von einem Lächeln
gibst du Antwort
denen
die im Schatten fragen
mit dem Mund voll gottverzogener Worte
aufgehämmert
aus der Vorzeit der Schnsucht.

Die Liebe hat kein Sterbehemd mehr an
versponnen der Raum
im Faden deiner Sehnsucht.
Gestirne prallen rückwärts ab
von deinen Augen
diesem
leise verkohlenden Sonnestoff

aber über deinem Haupte
der Meeresstern der Gewibheit
mit den Pfeilen der Auferstehung
leuchtet rubinrot.

Nelly Sachs. Fuga y transfiguración / Flucht und Verwandlung (1959).

martes, 14 de abril de 2009

Fin de semana en el campo

A los treinta y cinco años de mi vida,
tan largos, tan cargados, y a fin de cuentas vanos,
considero el empuje que llevo ya gastado,
la nada de mi vida, el asco de mí mismo
que me lleva a volcarme suciamente hacia fuera,
negociar, cotizar mi trabajo y mi rabia,
ser cosa entre las cosas que choca dura y hiere.

Considero mis años,
considero este mar que aquí brilla tranquilo,
los árboles que aquí dulcemente se mecen,
el aire que aquí tiembla, las flores que aquí huelen,
este "aquí" que es real, y a la vez, remoto,
este "aquí" y "ahora mismo" que me dice inflexible
que yo soy un error y el mundo es siempre hermoso,
hermoso, sólo hermoso, tranquilo y bueno, hermoso.

Gabriel Celaya. Tranquilamente hablando (1947).

domingo, 5 de abril de 2009

El árbol

Entro en un árbol por su sombre abierta,
alegre y sin llamar, tranquilamente;
voy hacia el centro, subo o bajo, no lo sé,
y allí están todas las raíces, todos
los frutos esperándome, visibles y perfectos,
y el crecimiento de las ramas
es sólo una cuestión de pálpito y de luz,
que yo ahora puedo ver y oír... Hay nidos
abandonados, sucios, malolientes,
y extrañas criaturas de la noche. La luna
también está en el árbol y no es blanca.
Y hasta el viento circula muy oscuro,
se le puede tocar y no hace daño. Subo
o bajo, no lo sé: sé que camino.
Que pertenezco al árbol, lentamente. Me pierdo
en él, muy dentro, y soy el árbol, fértil
y fuerte, el que quería para mí. Y ahora crezco
sin descansar, en la quietud ardiente
del mediodía, cuando los pájaros me buscan,
entran en mí, reposan en su árbol.

Vicente Valero. Vigilia en Cabo Sur (1999).

sábado, 4 de abril de 2009

Elegía de mi niñez

Aquí está mi infantil fotografía
clavándome mis ojos, más profundos que nunca,
con una vaga cosa
posada entre las manos, distraídas y leves.
Es el banco de piedra
-los pies lejos del suelo todavía-
del parque de mis sueños infantiles
donde el sol era amigo
y la arena tomaba
tacto de conocida madre vieja.

... Guardo la imagen turbia
de un niño que, de pronto, se distrae
en medio de los juegos
y al ocaso se queda pensativo
escuchando el rumor lejano de las calles...

El mundo iba naciendo poco a poco
para mí solamente.
La tierra era una alegre manzana de merienda,
un balón de colores no esperado.
Los pájaros cantaban porque yo estaba oyéndoles,
los árboles nacían cuando abría los ojos.

Y los miedos, después...
Todo podía ser en el oscuro cuarto.
Al fondo del pasillo
latía todo el negro de este mundo,
todas las vagas fuerzas enemigas,
todas las negociaciones...

¡Ay alma de mi infancia!
Sólo vivo del todo cuando vuelvo a ser niño.
¿Qué otra revelación mayor que aquélla
del mundo y de la vida entre las manos?
(... cuando todas las cosas eran como palabras...)
¿Qué ensueño como aquél
de presentir desde el umbral del alma
los días esperándome?

¡Oh, Señor, aquel niño que yo era
quiere pedirte, muerto,
que le dejes vivir en mi presente un poco!
Que siga en mí, Dios mío -como tú nos decías-,
y viviré del todo,
y sentiré la vida plenamente,
y tú serás mi asombro virgen cada mañana...

José María Valverde. Hombre de Dios (1945).