sábado, 4 de abril de 2009

Elegía de mi niñez

Aquí está mi infantil fotografía
clavándome mis ojos, más profundos que nunca,
con una vaga cosa
posada entre las manos, distraídas y leves.
Es el banco de piedra
-los pies lejos del suelo todavía-
del parque de mis sueños infantiles
donde el sol era amigo
y la arena tomaba
tacto de conocida madre vieja.

... Guardo la imagen turbia
de un niño que, de pronto, se distrae
en medio de los juegos
y al ocaso se queda pensativo
escuchando el rumor lejano de las calles...

El mundo iba naciendo poco a poco
para mí solamente.
La tierra era una alegre manzana de merienda,
un balón de colores no esperado.
Los pájaros cantaban porque yo estaba oyéndoles,
los árboles nacían cuando abría los ojos.

Y los miedos, después...
Todo podía ser en el oscuro cuarto.
Al fondo del pasillo
latía todo el negro de este mundo,
todas las vagas fuerzas enemigas,
todas las negociaciones...

¡Ay alma de mi infancia!
Sólo vivo del todo cuando vuelvo a ser niño.
¿Qué otra revelación mayor que aquélla
del mundo y de la vida entre las manos?
(... cuando todas las cosas eran como palabras...)
¿Qué ensueño como aquél
de presentir desde el umbral del alma
los días esperándome?

¡Oh, Señor, aquel niño que yo era
quiere pedirte, muerto,
que le dejes vivir en mi presente un poco!
Que siga en mí, Dios mío -como tú nos decías-,
y viviré del todo,
y sentiré la vida plenamente,
y tú serás mi asombro virgen cada mañana...

José María Valverde. Hombre de Dios (1945).

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