¡Perderse el mundo!
¿No suena a maldición?
Nada debe perderse. Ni se pierde.
Que todo sea.
Que todo lo que ansía ser
se cumpla.
¿No son esas palabras un recuerdo
de la divinidad?
Todo es dichoso: hasta el dolor consciente.
Todo tiene una miga que entregarnos
más amarga o más dulce,
a veces dura,
otras como bañada en pura leche
maternal. Todo asciende
desde el lóbrego origen
hacia su forma propia y asumida.
Vivir es ser.
Juan Gil-Albert. Migajas del pan nuestro (1954).
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