En un país de hierro vive el gran viejo,
bello como un patriarca, sereno y santo.
Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo
algo que impera y vence con noble encanto.
Su alma del infinito parece espejo;
son sus cansados hombros dignos del manto;
y con arpa labrada de un roble añejo,
como un profeta nuevo canta su canto.
Sacerdote que alienta soplo divino
anuncia, en el futuro, tiempo mejor.
Dice el águila: "¡Vuela!"; "Boga", al marino.
y "¡Trabaja!", al robusto trabajador.
¡Así va ese poeta por su camino,
con su soberbio rostro de emperador!
Rubén Darío. Azul... (1888).
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