Te siento único tronco, madre mía,
unido a ti en la sed que nos separa,
capaz de engrandecer, de hacer más clara
tu vida en mi incompleta melodía.
Recuerdo vivo siempre es la alegría
serena que mi nieve, entraña clara,
cubriendo tu morada me depara
si logra recrearte como ansía.
Diste a mi ser, confianza permanente,
todo el secreto fértil de tu vida,
cantando en ti la tierra plenamente.
¡Oh causa de mi sangre preferida!
Te encuentro en mi canción eternamente,
sintiéndote raíz enriquecida.
Enrique Azcoaga. El canto cotidiano (1943).
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