La tarde taciturna se borraba
En medio de una calma dulce y quieta,
Y entre la sombra azul de la glorieta
El palor de la luna se filtraba.
Tu mano, toda nervios, deshojaba
Las flores de un rosal con una inquieta
Impaciencia, que a veces a la secreta
Impulsión de un deseo apresuraba.
Y al cortar una rosa blanca y suave,
Que era como una palpitante ave
Que el azar en tu mano hubiera preso,
Con paso cauteloso te acercaste,
Por los ojos de la rosa me pasaste
Y yo sentí la sensación de un beso.
Juana de Ibarbourou. Las lenguas de diamante (1919, 1923 y 1927).
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