con la cara tiznada como entonces,
el aire de un pirata diminuto,
la sonrisa torcida y en los ojos
intacta la malicia.
Pudo reconocerme
a pesar de las grietas en mi cara,a pesar de mi aspecto improcedente,
de mi disfraz de adulto, de mi voz grave.
"¿Dónde estabas -me dijo-. Este verano
te echábamos de menos. Junto al río
he encontrado los restos de un naufragio.
Ven a cavar conmigo. En la otra orilla
nos vigilan jinetes emboscados."
Tuve que convencerle de que no,
que sólo estaba allí por un azar.
-¿Cómo iba a irme con él con esta facha,
con este cuerpo enorme y perezoso?-.
Allí nos despedimos, no sin antes
enviarle recuerdos para todos.
Lo dejé en su verano inagotable.
Eduardo García. No se trata de un juego (1998).
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