De pronto, trabajando, comiendo, paseando, me encuentro
la mirada del perro.
Me interrumpe como dos hojas de árbol dentro de una herida,
como llanto infantil de alma que nunca ha sido pisada todavía
o esa vieja mujer que friega, en cambio, el suelo, de rodillas.
De no saber que hacer resignada, y huidiza,
y suplicante -de no saber que permanece en su orilla-,
me deja interrumpido como pequeña iglesia románica en un pueblo
o esa peña y sus grietas a un lado del atajo mientras sigo subiendo.
(Me deja entre mis libros de elemental o ingreso,
naturalmente, estudiosamente unido a Dios en el tiempo
de la imaginación que aún mezcla sus leyendas de Bécquer con insectos.)
O me atraviesa con su temor de criatura confiada y su exceso
de alegría por mí (que soy un poco duro y no me lo merezco).
La mirada del perro.
Luis Felipe Vivanco. El descampado (1957).
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