combatió por nosotros
y el ascua del hogar tuvo encendida.
Aquellas manos puras sobre el aire
como ala o techo de la vida.
Era
en la infancia terrible o en el llantoel pan nutricio o la ventana clara.
Aquella voz, la nuestra, que repite
tu nombre cierto contra tanta muerte.
El regazo infantil, la luz segura
del anegado reino.
Cuanto hay de amor en nuestras manos nace
del amor que nos diste.
Forma es de tu memoria, calcinada ceniza.
El duro diamante sobrevive a la noche.
José Ángel Valente. La memoria y los signos (1966).
No hay comentarios:
Publicar un comentario