Sus mangos enterrados
levantan la amanenaza del acero.
Avanzo con cautela, sin saber
adónde me dirijo. El aire borra
a mi espalda mi rastro, lo confunde.
Al eco de mis pasos
se vuelven los cuchillos hacia mí,
girasoles de sombra agazapada...
Despierto. Abro los ojos:
el vaos en la mesilla, tu cuerpo junto al mío,
la casa en calma. Es el amanecer.
Vuelvo a cerrar los ojos, miro adentro:
Un bosque de cuchillos me contempla.
No es el bosque del sueño. Tiene una luz más honda
y conoce mi nombre y su penumbra.
Sus filos brotan hacia mí, el clamor
del acero:
la angustia de los días
transcurridos a ciegas por un túnelen la lenta tortura del reloj,
el pavor de las noches
aguardando el gemido de un teléfono:
noticias de una vida
suspendida entre luz y oscuridad.
Y de pronto el silencio.
Se reflejan mis ojos en sus hojas.
Suena el teléfono:
Saltan
sobre mí.Eduargo García. Horizonte o frontera (2003).
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