Construimos una casa con erizos, flores de hule y ventanas de papel maché.
Y no queríamos ser mayores, queríamos quedarnos dentro del recinto
que tus dedos y mi cuello delinearon en la degenerada retina del tiempo.
Luego, rompimos todas las referencias, todo lo útil, todo lo que fuera racionalidad,
para dejar paso a un destino premeditadamente bohemio.
Y no queríamos crecer, queríamos vivir entre los enanos y las brujas de Buenos Aires y Madrid.
Pero la ambición hizo que ampliáramos el horizonte: creamos un jardín demasiado barroco,
un patio donde las hadas se hacían criadas gratuitas y bien dispuestas.
Y nos planteamos el envejecer un poquito, no mucho, lo suficiente para ya no retornar a la sencillez nunca más,
creyendo que de tanto exprimir nuestra imaginación
le haríamos abortar una idea perfecta,
aquella que nos faltaba para escupir al cielo.
Entonces vinieron las inundaciones, las ciénagas, el barro pisoteando a nuestros dioses.
Y quisimos volver a empezar,
quisimos destruirlo todo, pero no pudimos porque una obra divina nunca sería igualada
por unos pobres tendones mortales.
Almudena Guzmán. Poemas de Lida Sal (1981).
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