miércoles, 10 de noviembre de 2010

Encuentro con Rafael Espejo

El poeta Rafael Espejo (Palma del Río, Córdoba, 1975) nos recitó ayer algunos de sus poemas en el Taller de poesía Polimnia 222.

Con la excusa de presentarnos Nos han dejado solos (Pre-textos, 2009), su tercer poemario, X Premio de Poesía Emilio Prados, Rafael Espejo fue deshojando su lírica desde sus primeros poemas publicados en 1996, algo imperfectos en sus palabras, hasta esta última obra bajo la atenta mirada de todos nosotros y de los poetas Andrés Navarro, que llevó a cabo la presentación, y de Antonio Cabrera.

Su voz afectada por un resfriado no impidió que paladeáramos muchos de estos poemas editados después de ocho años de silencio. De los primeros sonetos de El círculo vicioso (Universidad de Granada, 1996) al amor carnal de El vino de los amantes (Hiperión, 2001) pasando por la fábula de terraza con jardín que reproduzco abajo, Rafael, nos regaló una especie de autobiografía poética centrada en el tema fundamental de su discurso, el amor, pero sin olvidar el análisis del yo, presente en sus tres libros -autorretrato, en el último-, ni dejar de lado sus versos más alucinados.

La ocasión fue espléndida para aprehender mejor la obra de este joven poeta con la ayuda sus comentarios previos a cada lectura, generalmente ingeniosos, que han conseguido matizar muchos interrogantes de su emotiva y aparentemente sencilla, por depurada y madura, poesía.

fábula de terraza con jardín

Después de decidir qué parte era su espalda
lo situé de espaldas a la calle,
mirando hacia la menta y el aloe.

Mi perra se acercó a reconocerlo.
Lo olfateaba y me miraba a mí
(como un niño, imagino,
que no comprende el mar y se vuelve a la arena
porque no tiene prisa).

Noté entonces, mientras la acariciaba
con acentillo lobo,
un dolor pequeñísimo y punzante
que me insistía.

En él me concentré.

Todo el rigor del mundo palpitando en mis manos:

unas espinas, cuando están clavadas,
son tanta realidad.

Yo en mi dolor a solas,
comprendiendo...

El niño desde dentro de mi perra,
me interrumpió:

"¿Le dolerá también crecer al cactus?".

"No, Mara, no es la mano
lo que me tiene ahora".
Era otra mano,
la mano que sentí como la mía.

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