La casa aquella, corazón sin dueño,
late en la lluvia y en el viento...
Alguien que ha urdido en los rosales
la red de un pensamiento.
¡Ay!, aquel corazón tenía su dueño
y aquel latido seguía su diapasón.
Un día...
Aún no tenía la casa arrugas,
ni cicatrices, ni temor.
Otro día...
El sol la veía blanca, y más
la luna la veía.
Anduvo allí mi inquieto desaliño;
mi canción sin palabras
que el eco repetía como un niño,
y que yo repetía como un eco.
Y quién sabe si entonces la ignorancia
de mi juego ponía
en sus mejillas el mejor adorno;
y un íntimo candor
a ella, que sonreía
asomada y absorta en la distancia.
¡Y quién sabe si entonces era mi corazón!...
Xavier Villaurrutia.
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