De tu lecho alumbrado de luna me venían
no sé qué olores tristes de deshojadas flores;
heridas por la luna, las arañas reían l
igeras sonatinas de lívidos colores...
Se iba por los espejos la hora amarillenta...;
frente al balcón abierto, entre la madrugada,
tras la suave colina verdosa y soñolienta,
se ponía la luna, grande, triste, dorada...
La brisa era infinita. Tú dormías, desnuda...;
tus piernas se enlazaban en cándido reposo,
y tu mano de seda, celeste, ciega, muda,
tapaba, sin tocarlo, tu sexo tenebroso.
Juan Ramón Jiménez. La soledad sonora (1911).
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