Ante los ojos, la casa y su silencio
de esfera clausurada. La gravedad
del muro, el péndulo
cansado.
A veces, la hendidura,
la cicatriz de un cuerpo que sostiene
su propia intrascendencia.
El sonido que nunca rasga el cuarto.
La cuenca o la hemorragia en la que orbita
el lejano temblor de las ciudades.
Ana Gorría. Araña (2005).
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