Es cierto que nos une la rutina
de un patio de butacas de alquiler,
la trama oscura de un amor ficticio.
Esa costumbre de cambiar la niebla
y el neón fugitivo de los bares
por las primeras luces temblorosas
del día. Y dibujar sobre el silencio
el desencanto de los besos fríos
y no esperar del tiempo otro milagro
que el del olvido. Y aun así nos gusta
despedirnos de la belleza juntos,
ahora que ya es muy tarde para amarse
con frenesí y miradas de película.
José Antonio Mesa Toré. El amigo imaginario (1991).
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