Me abrías descalza, ausente, ensimismada,
la puerta del jardín, el arte de las sombras.
Perseguirte al amor era costumbre
entre flores exóticas, hacia ignotas ciudades.
Era el jardín el mar, y lo surcábamos:
las naves detenidas, los fuegos de Santelmo,
el precioso oleaje, las sirenas
fingiendo que cantaban
(y era un antiguo disco impresionista).
Ante tal artificio, ante tanta impostura,
frente a la falsedad de jaspes y de yedras,
eras tú misma la que abrías de nuevo
la inexanta cancela de vergel tan equívoco.
Juan Lamillar. El arte de las sombras (1991).
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