Al silencio de las paredes me acomodo;
no hay voz por la que subir ahora
ni mano a la que pueda asomarme.
Y yo, vértice de mí,
rueca en la espera,
caracoleo a mi alrededor opaca y fría.
Sólo el color se acerca disfrazado;
golpea el aire,
lo traspasa
y desmenuza;
y su voz
y su sangre transparente
me hacen ciega a las voces que me alcanzan.
Margarita Arroyo. Reducida a palabra (1983).
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