Nació. Vivió feliz. Sorbió la vida
de un solo y bello trago adolescente.
Buscó su soledad, y hallóse enfrente
de una terrible, inesperada herida.
Dio en la locura de creer en todo.
"¡Oh sensatez de no creer en nada!",
dijo, y después el alma, ilusionada,
quiso sentir la vida de otro modo.
Harto de hablarle a un Dios sordo a su ruego
(¡oh peligroso corazón cansado,
que le das a tu fe palos de ciego!),
en la esperanza de otra luz moría.
"¡Cuanto tarda en llegar el nuevo día!",
dijo, y se echó a dormir del otro lado.
Rafael Montesinos. País de la esperanza (1955).
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