También la lluvia cede al desaliento,
se demora en sí misma, se derrumba
en bautismo, moja tus labios, huele
a patio de colegio o la ternura
de sábanas recién planchadas
que palpitan.
Feliz el que regresa a su casa despacio,
distraído, a lo suyo, ni triste ni contento,
cuando una lluvia amiga le despierta de pronto
voces perdidas, gestos que el olvido
avariento atesora.
Y le moja los labios,
le limpia de tinieblas la mirada,
una ola muy honda le sube por las venas,
le deposita en brazos de una nube
y queda en paz con todos
y dice sí a la vida.
Eduardo García. Horizonte o frontera (2003).
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