No me compadezcáis. Oídme.
Tensad la cuerda poco a poco.
Pisotead lo que me queda,
porque mantuve un corazón loco.
Es por el pan por lo que grito,
por sólo el pan y los zapatos,
por respirar, por ir muriéndome
tan duramente solitario.
Hacéis las cárceles, los premios,
lleváis la cuenta de la rosa,
asesináis tan lentamente
que oigo mi sangre gota a gota.
Es por el pan, es por la luz
que milagrosa se derrama.
Nace mi voz entre fusiles;
alguien la esposa y la amordaza.
Llegará el día de los hombres,
de los que mueren cara a cara,
desnudos, altos como torres.
Salvador Pérez Valiente. Por tercera vez (1953).
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